Vacaciones diferentes: MarELA 18

El objetivo era llegar a San Sebastián, el camino resultó ser un excelente viaje compartido con maravillosos amigos. Y llegamos.

El día 14 de agosto de 2018, a las 12:00 estábamos, todos los que nos habíamos animado a seguir el reto, en las proximidades del Club Náutico de Donostia, con Jaime Caballero.  Él atendía a los medios de comunicación, se untaba las cremas protectoras que le “protegerían algo” en el reto que se había propuesto: nadar veinticinco horas ininterrumpidas alrededor de San Sebastián. Mi familia, “como suele aburrirse” y les gusta viajar, se sumó a nosotros. Además de Rosa mi querida mujer, nos acompañaron Inma y Diego y los tres hijos que pudieron cuadrar sus agendas, con la sorpresa de incorporar también a la novia de mi sobrino Pablo.

¡Comienza el reto! Cuando el reloj de muñeca avisó que eran casi las doce y media, Jaime, nos pidió a los «changaos» que le siguiéramos al mar para iniciar la hazaña. Ángel, Damián y yo que estábamos ya preparados, nos lanzamos a seguir durante un trecho a este héroe nuestro. Las primeras brazadas que dio las vimos desde el agua, aunque cada vez desde una distancia mayor, porque marca un ritmo que es difícil seguir. Mi manera de nadar ha cambiado un poco, no tanto por la poca fuerza de mis brazos y de mis piernas, sino por el problema respiratorio. Esto me obligó a no alejarme mucho de la costa y nadar con serenidad, más despacio de lo que yo habría deseado.

Regresamos, poco a poco, los tres al puerto de salida. Desde allí nos fuimos a la playa más cercana y montamos nuestro “campamento” para ver pasar nadando a Jaime acompañado del barco de apoyo. Tomamos el sol, jugamos a las cartas, nadamos un poco, montamos en la playa una percha gigante para pudiera comer quien esto firma junto al resto de la familia. Pasamos una tarde estupenda. A media tarde, nos invitaron a seguir el reto de Jaime desde el barco de Karlos Arguiñano y allí subimos los «changaos» con nuestros acompañantes. Fue un regalazo añadido, e imprevisto para nosotros. Compartimos el mismo espacio que el genial Karlos, escuchando sus chistes, canciones, mientras ejercía de guía turístico con nosotros, describiéndonos y detallando todo lo que veíamos desde el barco. El paseo en barco fue maravilloso, emotivo y divertido. Desde allí pudimos ver de cerca a Jaime manteniendo sus brazadas con el mismo ritmo, fuerza y ánimo. Ya llevaba varias horas y no se rendía. Nos bajamos del barco cuando llevaba él siete horas nadando y, si nosotros ya estábamos cansados, sorprendentemente, él seguía igual de fuerte. Llegó el momento de irnos a descansar y planificar el día próximo en el que nuevamente algunos afectados pensamos lanzarnos al mar para acompañar las últimas brazadas de Jaime.

Noche larga. Me despierto un par de veces y, en mi cabeza, la imagen de Jaime nadando. El reloj iba avanzando y me estremecía lo que podría suponer para este hombre esta noche tan larga, tan solo, tan a oscuras, tan en el mar y sin parar de nadar. Me parecía increíble. Habíamos quedado a las doce de la mañana con Karlos Arguiñano en subirnos al barco y seguir a Jaime en su último tramo. Al llegar, nos contó Karlos, que a las 6 de la mañana Jaime estuvo a punto de rendirse porque las fuerzas parecían haberle abandonado. ¡Jaime era humano! Pero su médico le sirvió de apoyo en ese trance extremo y, renació esa fuerza extraordinaria suya, de modo que ya llevaba veinticuatro horas nadando y continuaba al mismo ritmo que ayer. ¡Era impresionante verle nadar! Algunos aficionados a la natación nadaban a su lado, llenaban la proeza con más fuerza y con más energía.Algunos aficionados a la natación que se habían sumado a nadar a su lado, llenaban la proeza con más fuerza y energía.

Lo cierto es que nosotros: Damián, Ángel y yo, seguíamos animados a tirarnos al mar y acompañar el final del reto. Otros familiares y amigos, se añadieron también en los últimos metros. Como mi experiencia de ayer al nadar y respirar eran complicadas, opté por utilizar una máscara especial que me permitía respirar aun llevando la cabeza bajo el agua. Esto me ayudó a nadar con más brío y seguir más de cerca el ritmo de los últimos metros de Jaime. Recuerdo emocionado cuando dio la última brazada y se intentó poner de pie, nos dimos cuenta que había perdido varios kilos de peso desde ayer y, hubo un momento en que sus piernas no le sostenían y, se caía al mar. Los que estábamos a su lado intentamos sostenerlo. Fue impresionante escucharle relatar su experiencia y cómo superó la crisis que sufrió a las seis de la mañana.

Me quedo para siempre con su abrazo entrañable. Él siempre deja claro que los afectados que padecemos esta enfermedad justifican su esfuerzo y la ambición de objetivos tan exigentes. Esto para mí, es sobrecogedor, pero también un acicate. Pienso que iniciativas tan humanas pueden lograr que algún día se encuentre una solución que nos permita recuperarnos y, entre tanto, esto nos facilita la labor de concienciar a la población no afectada de que existe esta mal.

Al llegar a la playa, me encontré también a mi hermano Alejandro, Isa y Alba que habían venido a desde Azpeitia, donde estaban de vacaciones, y a los amigos Pilar y Txema que llegaban de Bilbao. Mi entorno familiar y amigos han sido muy solidarios en todo, solo tengo palabras de agradecimiento y estoy encantado de compartir con ellos estos momentos.

Terminamos la jornada con una cena, a la que tuvo Jaime, el detalle de invitarnos a los afectados y acompañantes y hacernos entrega de una txapela recordatoria del reto conseguido. El gran merecedor de la txapela era él y, por supuesto, tuvo también la suya. El lugar era espectacular, frente a La Concha. Desde allí vimos los fuegos artificiales. Una promesa de esperanza sobre los cielos del cantábrico.

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