En su día, el 4 de octubre de 2004, Rosa y yo, nos animamos a adquirir un piso en Cáceres en la plaza Noruega, porque ganábamos algo de dinero trabajando duro y, según nos recomendaban, era mejor invertirlo en ladrillos que en ocio y tiempo libre.
Así lo hicimos, aunque, como no había suficiente para todo, tuvimos que hipotecar por cierta cantidad. Los bancos daban todo tipo de facilidades y los precios de los pisos estaban en alza. No solo fue la inversión, fue el préstamo y había que pagarlo. Así que montamos un negocio, en el que Rosa ya tenía experiencia; lo alquilamos a estudiantes. Aparentemente es sencillo, pero cuando se lo cuentas a Hacienda, tienes que llevar el control de todo: suministros, cuotas, seguros, arreglos y mantenimiento,… En nuestras cabezas, siempre rondaba que algún día, en la jubilación nos vendríamos a vivir a «Noruega» y, éste era un buen rincón, porque estaba muy bien ubicado en la ciudad de Cáceres, cerca de la vivienda de la infancia de Rosa, así que todo nos pareció ideal y pagábamos la hipoteca mes a mes con la ilusión puesta en ese futuro de los dos. Los inquilinos no siempre han sido como nos gustaría, limpios y ordenados, así que hemos tenido algún que otro enfrentamiento, pero no demasiado grave. Eran estudiantes y veían que con nosotros como propietarios tenían todo lo necesario y, cuando se estropeaba algo, de inmediato lo cambiábamos. El curso último, 2017-18, ha sido muy bueno el grupo. Hoy, se ha marchado el último: Andrés. No me refiero en estas líneas solo a los inquilinos que nos han ayudado a pagar la hipoteca y a tener esperanza de usarlo en la jubilación, también quería expresar lo que ha supuesto tras la llegada de la enfermedad de la ELA a nuestras vidas y, en concreto a la mía, este negocio familiar.
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